Nota del Editor de H|M|S
En las dos ferias más importantes de relojería suiza de este año, el Salón Internacional de Alta Relojería (SIHH) y Baselworld, las dos tendencias que más se notaron fueron, por un lado, la reivindicación de los valores artesanales, y por el otro, la consolidación de los smartwatches o "relojes conectados": un nuevo segmento que va a crecer al compás de gigantes de la tecnología como Apple o Samsung. La pregunta incómoda que se escuchó con frecuencia en ambos salones era: ¿el smartwatch representa un riesgo para la relojería mecánica tradicional?
Podemos empezar diciendo que la relojería suiza se sostuvo durante muchos años porque ofrece al resto del mundo un objeto que tiene un valor emocional, además del valor técnico y de los materiales, la investigación y el desarrollo que se esconden dentro de un reloj. Hoy en día prácticamente nadie necesita de un reloj para saber la hora, pero todos los amamos por su magia, prestigio, exclusividad y tradición. Se los utiliza por la estética, el deseo de diferenciarse, también como una marca de status, además de la fascinación que genera la mecánica llevada a los niveles más altos imaginables, algo comparable al desarrollo de los autos de Fórmula 1 en escala micro.
Sin embargo, se está debatiendo que la industria relojera suiza podría estar amenazada en un futuro no tan lejano. Con la velocidad exponencial de los desarrollos tecnológicos, últimamente estuvimos pensando en Horas, Minutos y Segundos que quizás llegue el día en que sea posible imprimir las partes de un reloj con una impresora 3D. Si ya se imprimieron armas, esternones artificiales y puentes peatonales, ¿por qué no relojes? La tendencia claramente es hacia una disrupción en el modo establecido de producir objetos físicos.
Pero para la tranquilidad de los horlogers, aún si algún día tenemos las partes de nuestro nuevo reloj impresas en casa, ¿quién lo va a ensamblar? La increíble complejidad que algunos modelos pueden llegar a tener en su armado deja esta idea en el territorio de las profecías (por ahora). La belleza de las piezas ensambladas y decoradas a mano tiene un valor intangible, más allá del precio real, porque sabemos del esfuerzo y la dedicación de las personas que las crearon. Es algo profundamente subjetivo, que no se puede duplicar.
¿Qué tiene el mundo de la relojería que no se pueda copiar de manera masiva? Creo que son los diseños innovadores en combinación con la maestría artesanal. Pensemos en los pequeños caseríos perdidos en las montañas de Suiza, los talleres donde los artesanos trabajan con diligencia, armando pieza por pieza una máquina que eventualmente llegará a la muñeca de algún afortunado que haya sentido la fascinación de descubrir este mundo tan peculiar y mágico.
Es justamente la promesa de ese lugar mágico lo que nos atrae al mundo de la relojería en primer lugar. Por ese motivo consideramos que Montblanc es una de las marcas que mejor ha sabido llevar esta transición hacia un mundo donde la tecnología automatiza el trabajo manual del ser humano. ¿Qué ha hecho de inteligente Montblanc? Ha mantenido dos caras de la misma moneda: un lugar de tecnología avanzada y automatizada en Le Locle, y al mismo tiempo, otro lugar artesanal, Villeret, que sigue trabajando a su ritmo (ya nos lo contó su CEO Jérôme Lambert: son 50 personas que hacen 50 relojes por año). Esas dos caras se complementan y se potencian mutuamente como los polos positivo y negativo de una batería: el Yin-Yang de la Alta Relojería.
Para dar un ejemplo, en el último Salón Internacional de la Alta Relojería de Ginebra, en una entrevista con H|M|S, Alexander Schmiedt, el Director de Relojería de Montblanc, mostró para nuestras cámaras una correa inteligente que entre otras cosas puede medir la cantidad de pasos que hacemos (para los que quieran cuidar su salud manteniendo la elegancia). Pero los relojes siguen haciéndose de manera artesanal, y podemos cambiar la correa por otra más tradicional si así lo deseamos. Un reloj de Montblanc entonces no queda dentro de la categoría del smartwatch.
Así como dimos este ejemplo,podemos pasarnos al bando contrario, el de los geeks, y destacar la alianza realizada entre TAG Heuer, Google e Intel. Ya asusta semejante combinación. Son monstruos, como nos relató Guy Sémon (el Director General de TAG Heuer). Nadie sabe bien qué va a surgir de esta unión, creemos que ni ellos lo saben todavía, o por lo menos no quisieron esclarecer mucho al respecto. Siendo optimistas, nos parece interesante pensar que podrían crear una nueva categoría de objetos de lujo, que combine mecánica avanzada con software avanzado para el mercado del lujo. No un competidor del Apple Watch para el consumo masivo, sino una pieza de lujo adaptada al Siglo XXI, que no tiene por qué basarse en la tradición relojera suiza, de la misma manera que Google no se basó en la tradición informática para construir su imperio de búsqueda online... porque esa tradición no existía. Tuvieron que crear algo nuevo desde cero.
Pero eso sólo no les va a garantizar que lleguen al corazón de los clientes (o usuarios, según el paradigma que se utilice). Existe un concepto que proviene de la estética japonesa, llamado wabi-sabi, que me parece muy adecuado para describir al mundo de la relojería artesanal en la actualidad. Intentando traducirlo al castellano, wabi-sabi es el concepto de que lo imperfecto, lo humano, tiene una belleza especial. Se dice que si un objeto genera en nosotros sentimientos de melancolía y añoranza espiritual, entonces se considera wabi-sabi. Esto es lo que se busca transmitir en las distintas disciplinas artísticas. Pensamos que la Alta Relojería tiene su continuidad garantizada si se considera a sí misma más como un arte y menos como una empresa de tecnología. Las obras de arte aumentan de valor a medida que pasa el tiempo, porque son únicas, irreproducibles y reflejan la mirada de un autor, mientras que los productos tecnológicos pierden valor porque rápidamente son desplazados por otros productos más innovadores.
Entonces, respondiendo a la pregunta del comienzo: los relojes inteligentes no representan una amenaza para la relojería artesanal porque no comparten el mismo nicho de mercado, ni tienen el mismo valor simbólico. Los relojes tradicionales existen gracias los esfuerzos de los maestros relojeros que, aislados en las montañas suizas, fueron a través de los siglos desarrollando las máquinas mecánicas más pequeñas y complejas que haya realizado la humanidad. Máquinas que pueden ser consideradas imperfectas por los estándares digitales de hoy en día, pero máquinas hechas a mano, que laten como un corazón humano, abrazando un pulso también humano.